Ahora que ya ha pasado el momento y que todos lo hemos visto, quiero guardarle un hueco aquí y que juegue al baloncesto con todos los compañeros y compañeras de gremio que he ido mencionado en este blog.
Si no habéis oído hablar de Brittany Maynard es que habéis perdido el sentido que os lo permite. La historia de la joven de 29 años que decidió instalarse en Oregón para tener la posibilidad de poner fin a su vida ha dado la vuelta al mundo. Maynard sufría un cáncer cerebral incurable y, según los médicos que le atendían, le quedaban pocos meses de vida.
Pocos días después llegó otra historia, también protagonizada por una joven norteamericana, esta vez de tan solo 18 años, a la que le habían diagnosticado otra enfermedad terminal. En esta ocasión, también se trataba de un cáncer cerebral, uno de los menos habituales (unos 150 casos al año en Estados Unidos) y más desconocidos.
La joven decidió vivir los últimos días de su vida con absoluta intensidad y dedicándose a darle visibilidad a su caso y a la realidad de las personas que sufren enfermedades raras. Pero también dedicó todas sus fuerzas a cumplir los sueños que le quedaban por realizar, y fíjate cuántos no serían cuando aún tiene tan solo 18 años.
Uno de ellos es lo que le ha llevado a todas las televisiones del mundo.
Y es que Lauren Hill era una prometedora jugadora de baloncesto en su instituto de Lawrenceburg, Indiana. Su último año de instituto realizó una gran temporada y el programa de baloncesto femenino de la Universidad de Mount Saint Joseph en Cincinnatti decidió reclutarla. Hill cumplía su sueño de continuar sus estudios y su formación baloncestística.
Solo 49 días después de que el equipo de los Lions le informara de su intención de incorporarla y ella aceptara entusiasmada, la propia Hill tuvo que ponerse en contacto con su futuro entrenador, Dan Benjamin, y con los responsables del equipo, para informarles de que le habían diagnosticado un tumor cerebral.
El sueño de la joven se veía truncado, pero su ejemplo ha conseguido superar la propia repercusión de la NCAA femenina para alcanzar niveles internacionales. Y todo porque ha conseguido cumplir su sueño a pesar de las circunstancias: este mismo fin de semana, la joven debutó en partido oficial de la NCAA. Jugó los primeros diecisiete segundos y consiguió una canasta en bandeja. Volvió cuando faltaban por disputar 30 segundos, y consiguió otra canasta. Todo en la victoria de su equipo por 66 a 55 ante la Universidad de Hiram, universidad rival que accedió, después de que ambas recibieran el beneplácito de la NCAA, a adelantar este partido para que la freshman de Indiana pudiera jugarlo antes de que las consecuencias físicas de su enfermedad lo impidieran.
De hecho, en los resúmenes que vemos en la televisión solo advertimos y disfrutamos lo positivo. La algarabía de los 10.000 espectadores que participaron del acto benéfico con su presencia en el Cintas Center, los carteles coloreados, las señales con el 22 de su dorsal, los abrazos que recibía de sus compañeras, los aplausos de sus rivales. Pero, con algo más de información, nos damos cuenta del verdadero valor de su canasta y de su ejemplo. Estamos hablando de una chica que tenía que permanecer en el banquillo con gafas de sol y orejeras porque, debido a su enfermedad, no resiste el brillo de las luces ni los ruidos estridentes. Estamos hablando de una canasta que fue encestada con la mano izquierda, la mala, porque la derecha, la buena, está afectada por la enfermedad y no puede utilizarla como lo hacía antes.
Pero, sobre todo eso, por encima de esas dificultades y obstáculos, Hill consiguió meter la canasta, no una, dos; y da igual que el partido se adelantara, que sus rivales la aplaudieran, que pareciera que hasta la canasta se agachaba, todos lo hacían y no era por compasión, si no por admiración, porque se agradece y se constata el valor de un ejemplo de superación que no va a tener final feliz pero sí un último capítulo de absoluto deleite. Ella lo dijo: "Today has been the best day I've ever had. Thank you guys so much" (Hoy ha sido el día más feliz de mi vida. Muchísimas gracias a todos). Y lo dijo alguien que realmente ama este deporte, que es capaz de percibir belleza cuando escucha cómo suena el balón sobre la tarima, que siente el rugido del estadio: "It was so thrilling to get there and be able to put my foot down and just feel the roar of the crowd, and the vibration of the floorboards. I love it so much" (Ha sido tan emocionante estar ahí, ser capaz de pisar la cancha y sentir el rugido del público y cómo vibra la madera del suelo. Amo este juego).
Gracias, Lauren.
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