El plan era haber escrito esto el miércoles pasado, pero, aunque nos encante que los planes salgan bien,
estos están, últimamente, para incumplirlos, como las leyes. Hasta las de
Murphy se incumplen, de vez en cuando.
No sé si es una ley o una máxima, o simplemente sabiduría
de andar por casa, pero, en el fútbol, algo que se aprende con el tiempo es que
la alegría va por turnos. Algunos se cuelan, y a otros se nos hace la cola muy
larga, pero todos nos pasamos nuestros años de forofo esperando que nos toque
el turno.
Yo creo que ya lo he dicho por activa y por pasiva, así que, probablemente, esté de más volver a decirlo, pero lo digo: soy
socio y aficionado del Barakaldo CF y aficionado pero no socio del Athletic
Club de Bilbao. Y así lo recuerdo desde que tengo uso de razón. A algunos, este
amor compartido les parece inmoral, a mí me trae lo
mismo por el camino de la amargura como por el del placer más pasional. Compartir es amar, decían en misa pero
también lo firman los que no creen en dios, y, yo, hasta ahora, he sabido
compartirlo sin conflicto.
El
miércoles bajé al bar con el corazón bastante calmado.
Tenía la sensación de que estaba preparado para el fracaso y creía que
esa
sensación no era un argumento defensivo para utilizarlo a posterior. En
la
intimidad, estaba convencido de que el partido de vuelta de la
eliminatoria de semifinales de la Copa del Rey entre el RCD Espanyol y
el Athletic Club (que es de lo que hablamos) iba a convertirse en un
capítulo más de esa memoria trágica que, a menudo, proporciona lecciones
que ayudan más a crecer que
los éxitos.
El gol de Aritz Aduriz a los pocos minutos me infundió
ánimos, pero de esos ánimos en los que no confías. El de Xabier Etxeita, al filo
del descanso, bien acompañado por la cerveza y la compañía, me obligó a olvidar
que tenía el corazón más en calma que la marea alta de la ría. Toda la segunda
parte fue un descubrimiento del sosiego que acompaña a la alegría inesperada.
El fútbol es así, lo he dicho antes: esperas tu turno y te llega. Tan pronto como te acostumbras, se acaba y le toca a otro.
La
retrasmisión del partido no solo divulgaba
fútbol. Hablaba también de eso que lo convierte en deporte, espectáculo y
acontecimiento social: la alegría de una afición y la tristeza de otra.
Las gradas se hacían escenario y sobre ellas, como siempre, se
representaba la tragedia y la comedia de las emociones humanas. Entre
los pocos que aguántabamos en el bar, con
algo de mofa quizás, nos cabreábamos con una de las nuestras porque
decía que sentía pena por
el portero del Espanyol, un Pau López al que, esa misma mañana, le había
leído una
entrevista en algún sitio y me pareció un tío cabal y bien educado.
Nuestra amiga decía que tenía cara de niño y que le daba pena su
disgusto. Cuando el
reloj corría ya hacia el final del tiempo reglamentario, nos permitimos
sentir ese
tipo de enternecimiento. No es tan extraño que la alegría por la
victoria y por una
nueva clasificación para una final no impidiera cierta solidaridad con
aquellos rivales apocados y decepcionados.
Todos
hemos estado ahí antes:
un partido clave con todo el estadio engalanado, vídeos de espíritu
comprometido de avanzadilla,la ilusión compartida que convierte a la
masa en
un símbolo complejo y conmovedor. Todo estaba listo para la fiesta de la
afición del RCD Espanyol y nos tocó a nosotros que la nuestra fastidiara
la
suya. No es solo compasión, clemencia, lo que quieras. Es más bien
compenetración. Es memoria y es también presentimiento. Antes has estado
tú ahí y sabes que más tarde o más temprano volverás a estarlo.
Ahora
que ya ha pasado una semana y que las cosas,
probablemente, se vean con más calma, creo que es el momento de mirarlo
con perspectiva. Un poco de contexto: tengo 38 años, así que cuando el
Athletic
Club ganó su último título, apenas contaba con siete de bagaje. La
memoria
es caprichosa pero, como muchos de mis compañeros y compañeras de
generación,
mezclo los recuerdos de aquellos títulos con lo que he visto después en
la hemeroteca.
Pasaron 25 años hasta que pudimos vivir algo parecido, y 25 son muchos
años, para lo bueno y para lo malo. Suficientes para que lo que vives
ahora lo entiendas con un reposo más sereno.
Fue
en la temporada 1983-1984 cuando el Athletic
consiguió su última Copa del Rey y, por lo tanto, su último título.
Pasaron 25
años hasta que se volvió a jugar otra. Desde Clemente a Caparrós pasaron
cinco lustros. Desde aquella final que encumbró a Endika Guarrotxena
hasta aquella temporada de 2009 en la que a José María del Nido se le
atragantó el rabo de león en semifinales, se fueron veinticinco años y
siete más han
pasado ya desde que recuperamos las sensaciones que otorga jugar una
final, las ganes o las pierdas después.
Siete
años en los que, contando esa final, y contando también la que aún no
se ha jugado pero se ha ganado el derecho a disputarla, el equipo ha
jugado cinco rondas finales en tres competiciones distintas. Cinco
finales en siete años. Pasaron 25 desde la primera hasta la anterior
ocasión. ¿Significa algo?
En
los últimos siete años, desde la temporada 2008-2009 hasta ésta, y
aunque aún falten un par de meses para jugar la última, el Athletic ha disputado cinco
finales: tres Copas del Rey, una Supercopa de España y una Liga de
Europa. A esos
éxitos se le podría sumar la clasificación para disputar la Champions
League
que se consiguió el año pasado. Ante la brilliantez de su primera
temporada en el cargo, podía parecer que esta época de éxitos le
pertenecía al entrenador argentino Marcelo
Bielsa, pero lo cierto es que estas cinco finales se han disputado con
tres
entrenadores distintos, Ernesto Valverde, Marcelo Bielsa y Joaquín
Caparrós.
Desde aquel lejano ya 2009, solo ocho jugadores permanecen en la
plantilla,
ahora ya absolutos veteranos: Gorka Iraizoz, Andoni Iraola, Markel
Susaeta,
Mikel Balenziaga, Carlos Gurpegui, Gaizka Toquero, Xabier Etxeita y
Ander
Iturraspe, y Mikel Balenziaga y Xabier Etxeita tuvieron que marcharse
para volver
después. Por lo tanto, las cinco finales han tenido muchos protagonistas.Si esos cinco éxitos en siete años han sido disfrutados
por tres entrenadores y tantos jugadores adistintos, ¿a qué constante se le
debe el éxito?
Sergio González ganó dos como jugador. Una con el Deportivo de La Coruña y otra con el RCD Espanyol al que ahora entrena. Todo parecía dispuesto para que repitiera final en su debú como entrenador, pero no pudo ser. Les tocará la alegría otro día. A nosotros (los que comparten conmigo aficionariado, quiero decir) puede que nos toque en Mayo, a finales, o antes, o después, pero nos tocará, porque a todos nos llega más tarde que pronto el turno y, así como vino, se nos va.
Ahora, igual de cierto es que el tiempo pasa con más profundidad y, si te pones a mirar a lo lejos y aceptas el ángulo, entonces te das cuenta de lo maravilloso que están siendo estos tiempos, pase lo que pase: cinco finales en siete años. Raro. Extraordinario. Lo utilizo por segunda vez: maravilloso.
¿Por qué? ¿Cuál es la constante que se repite en estos siete años de varios entrenadores y más juagdores? ¿Cuál es la razón que explique que lo que nos costó conseguir 25 años se haya repetido cinco veces en siete? Preguntas tan interesantes que habría que premiar las respuestas con gamusinos y que, por supuesto, dejaremos para otro día.
El titular, y no sé si ya lo había utilizado antes, para el vizcaíno Xabier Etxeita porque él también es titular y lo es después de haber tenido que esperar turno tanto tiempo que quedaba bien seleccionado para simbolizar esa idea. Su cabezazo aseguró la clasificación y parece que, últimamente, visto lo de este mismo sábado que no comentó aquí, parece que las explicaciones tienen que ver con la cabeza y solo con la cabeza.
Sergio González ganó dos como jugador. Una con el Deportivo de La Coruña y otra con el RCD Espanyol al que ahora entrena. Todo parecía dispuesto para que repitiera final en su debú como entrenador, pero no pudo ser. Les tocará la alegría otro día. A nosotros (los que comparten conmigo aficionariado, quiero decir) puede que nos toque en Mayo, a finales, o antes, o después, pero nos tocará, porque a todos nos llega más tarde que pronto el turno y, así como vino, se nos va.
Ahora, igual de cierto es que el tiempo pasa con más profundidad y, si te pones a mirar a lo lejos y aceptas el ángulo, entonces te das cuenta de lo maravilloso que están siendo estos tiempos, pase lo que pase: cinco finales en siete años. Raro. Extraordinario. Lo utilizo por segunda vez: maravilloso.
¿Por qué? ¿Cuál es la constante que se repite en estos siete años de varios entrenadores y más juagdores? ¿Cuál es la razón que explique que lo que nos costó conseguir 25 años se haya repetido cinco veces en siete? Preguntas tan interesantes que habría que premiar las respuestas con gamusinos y que, por supuesto, dejaremos para otro día.
El titular, y no sé si ya lo había utilizado antes, para el vizcaíno Xabier Etxeita porque él también es titular y lo es después de haber tenido que esperar turno tanto tiempo que quedaba bien seleccionado para simbolizar esa idea. Su cabezazo aseguró la clasificación y parece que, últimamente, visto lo de este mismo sábado que no comentó aquí, parece que las explicaciones tienen que ver con la cabeza y solo con la cabeza.
1 comentario:
5 finales son muchas finales. Estamos tan mal acostumbrados que nos parece irreal e imposible. Pues no, es posible. Ahora esperemos que esta vez sea la buena y se levante la Copa!!!!!
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