Foto de Strade Bianche a través de web Zikloland |
Ha sido emocionante hasta leer las crónicas. Los datos siempre son fríos: un día de competición, 184 kilómetros, 146 participantes y un solo ganador, Tiesj Benoot. Detrás de él llegaron Romain Bardet y Wout Van Aert. Casi 100 de los participantes no computaron o no terminaron. El último en llegar a Siena y merecer un puesto en la clasificación final fue el norteamericano Sep Kuss, puesto 53º, a veintiún minutos y cuarenta cinco segundos del ganador final. Eso es la Strade Bianche.
Siena tiene la clásica que antecede a los meses belgas. La tiene desde 2007, cuando ganó Alexander Kolobnev. Solo Michal Kwiatkowski (2017 y 2014) y Fabian Cancellara (2008, 2012 y 2016) han repetido victoria. El primer ganador italiano fue Moreno Moser, en 2013. Antes y después, le antecedieron y le sucedieron una buena lista de ganadores: Thomas Lökvist, Maxim Iglinsky, Phillippe Gilbert, Zdenek Stybar, los ya mencionados y este mismo año Tiesj Benoot.
Benoot es el segundo belga que la gana. Cuando la ganó Gilbert ya tenía 29 años. La prueba se llamaba Montepaschi Eroica y Gilbert ganaría ese año, además, la Flecha Brabanzona, la Amstel Gold Race, la Flecha Valona, la Lieja-Bastoña-Lieja, la Klasika de Donostia, el Gran Premio de Quebec y el Gran Premio de Valonia. Nadie le soplaba en la oreja. Antes, ya había ganado la Het Volk, Haut-Var, Fourmies, Le Samyn, París-Tours, Coppa Sabatini, Giro del Piamonte, el Giro de Lombardía o la Amstel Gold Race. Estaba en la cima de su carrera y venía escalando la pendiente desde años atrás. Gilbert es valón. Benoot es flamenco, pero hay algo más que los diferencia. Esta Strade Bianche tiene una significancia distinta para cada uno de ellos. En el caso de Benoot es su primera victoria profesional. Tiene 23 años. El domingo cumplirá 24. Hizo entre los veinte primeros (20º concretamente) en el pasado Tour de Francia, empezando a apuntar las cualidades que le llevaron a debutar como profesional muy joven y que, hasta ahora, no había dejado deslizar. Cuando le entrevistaron en Siena contestó: "Sabía que ganaría algo grande algún día, y es hoy". Hoy es pronto. Le queda mucha carrera por delante. Y visto su ataque a 30 kilómetros, cómo ha agarrado a Bardet y Van Aert y el demarraje a 13 para el final, cabe pensar que éste no será su único triunfo. Repetir lo de Gilbert, eso ya son palabras mayores.
Todo lo escrito hasta ahora son palabras, sí. Y esta fue una carrera para fotografías (no las voy a poner aquí, buscadlas, esas lenguas de tierra polvorienta y los corredores encorvados, buscadlas). La carrera blanca se hizo marrón. El polvo del sterrato que había coloreado siempre esta carrera se volvió tarquín, cataplasma en las piernas y los rostros de los corredores. Lo dijo Alejandro Valverde en línea de meta: "Un día de barro hasta después de la ducha". Los corredores llegaban a meta camuflados, engrudados en el fango de Toscana, el polvo que se hizo gordo con la nieve de temporada. Todos hablan de una carrera épica y las imágenes solo representan lo que fue, que coincide exactamente con lo que dicen.
En un comienzo de temporada que nos está dejando malas noticias, las pesquisas parlamentarias sobre el Sky, el caso Froome, la crisis económica del Astaná, la no celebración de la Vuelta a La Rioja, oír hablar de ciclismo puro, leer palabras que no consiguen atajar todo lo que se vio y vivió en la carretera es, al mismo tiempo, un alivio y un recordatorio de lo que de verdad merece la pena de este deporte.
Benoot y Anna Van der Breggen se llevaron los rotulados, por encima de los datos y los números, que siempre son fríos, pero Bardet presentó su candidatura a la gloria en un año muy importante para él y el tres veces campeón del mundo de ciclocross, Wout Van Aert, quizás aprovechado por el légamo, presentó su candidatura a la carretera. Su foto sin fuerzas en línea de meta acaparó espacio en la prensa. Alguien dijo que quizás estemos ante el próximo gran clasicómano, quién sabe. Quizás, ante lo que estemos, sea ante la próxima gran clásica: son solo una decena de años, pero quizás Santa Caterina y la Piazza del Campo sean, en unos años, tan simbólicos como el Muro de Huy o el bosque de Arenberg.
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