martes, 4 de noviembre de 2008

Tony Hawk

Mira que se hizo famoso el tío. El otro día leí que salía en un anuncio en el que hacía un grupo de música con Kobe Bryant, Michael Phelps y no sé quién más. Me he acordado de él como Proust hizo con la magdalena. Me explico. Acabo de leer en el periódico que Emir Kusturica abrirá el próximo festival del Zinebi con un concierto. El próximo Zinebi, festival de cortos de Bilbao, recupera también para la próxima edición su antigua sede, el viejo cine Gran Vía, que en los últimos años pasó de ser una oficina de Euskaltel a una preciosa aunque exageradamente cool sala de conciertos donde vimos a Quique González no hace mucho. Temíamos que se pasara gran parte del año cerrada, pero parece que poco a poco la van encontrando utilidad. Sería una pena que no se aprovechara esa sala para ampliar la oferta cultural de Bilbao. A lo que iba, que me he acordado de los viejos cines Gran Vía. Y, a lo que iba, que me he acordado de que cuando era un chaval, hablo de octavo de EGB como mucho, con unos 14, 15 años, nos llevaron a ver un documental a esos cines. Yo creía recordar que era un festival de cine documental deportivo, pero igual era el mismísimo Zinebi, no sé. El caso es que nos tocó ver un documental sobre espeleología en ucraniano, o ruso, o yo que sé, con subtítulos. La sala estaba muy oscura. El profesor que nos tenía a su cargo era aquel profesor substituto bajo tratamiento psiquiátrico al que no ayudamos a superar su enfermedad. Aprovechando un permiso enfurruñado para ir al baño, a los cinco minutos de la película, ya nos habíamos escapado. Recuerdo a Ramon Ángel, recuerdo a Diego, recuerdo a Iñigo y a Félix y a Tato, pero igual lo mezclo con otros recuerdos, quién sabe. Seguro que estábamos Diego, Ramon Ángel, Tato y yo. Nos encontramos solos y excitados en medio de la Gran Vía. Llovía. La gente iba de un lado para otro y nosotros nos dirigimos casi sin pensarlo al Corte Inglés, que quedaba muy cerca. Un resumen: a mí me tiró de las orejas uno de los hombres de corbata por jugar al golf con un palo reglamentario y una cesta de pescar. Diego perdió la apuesta de levantar las pesas más de dos veces y se cargó el suelo y casi su pie izquierdo. Ramon intentó en vano robar una cachimba. Nos colamos en los probadores de chicas. Garabateamos en el baño. Comimos golosinas sin pagarlas en la tienda a granel. Me probé una camiseta de hockey. Corrimos por los pasillos, bajamos por las escaleras, subimos en el ascensor y golpeamos repetidamente el botón de alarma. A una señora mayor engalanada con su abrigo de visón, la soplamos las faldas. Pero lo mejor era cuando ya salíamos por la puerta porque calculábamos que nos andarían buscando desesperadamente, entonces apareció Tato, que ha vuelto de nuevo a casa después de un largo periplo como pies negro que según la leyenda le llevó hasta aparecer de extra en una peli de Almodovar, montado en un patinete corriendo por entre los mostradores de perfumería gritando Tony Hawk, o Tonijok, Tonijok, Tonijok, mientras un orondo responsable de seguridad intentaba sortear amablemente a la clientela y atraparlo al vuelo en el mismo gesto. Casi en la puerta de la esquina de Gran Vía con Alameda Urkijo, lo atrapó, y los dos se fueron al suelo, y el patinete se estampó contra la cara de un famoso que en un cartel de cartón anunciaba el último reloj de oro y de moda. Y nosotros nos reíamos. Y Tato, con sus dientes ya perdidos a los catorce años, sus eternos mocos en equilibrio (le llamábamos Tatamoco) y sus gafas de miope, se reía con su risa gangosa mientras el segurata se lo llevaba y nos gritaba: Tonijok, Tonijok. Llegamos a la puerta de los viejos cines a medias riéndonos a medias preocupándonos, pero ninguno se quedó atrás. El profesor substituto nos soltó unas collejas y, ya no me acuerdo, pero supongo que volvimos en autobús o quizás en tren, sin saber qué fue de Tato porque ni el profesor se quedó para averiguarlo. Eso sí, recuerdo que camino de la estación, Ramon se puso serio y dijo, eso le pasa por intentar robar el patinete de Tonijok y acto seguido se levantó la camiseta y de la cintura se sacó una preciosa cachimba de plata.

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