Diría que no me gusta volar, pero el placer de mirar desde allí arriba es demasiado subyugante. No tengo miedo a las alturas, pero siempre siento cierta atracción ambigua cuando me asomo al vacío. Algo me repele al mismo tiempo que siento el comienzo de un pánico tan atractivo que parece una fuerza inevitable. No sé si a John Brickenhorff Jackson le gustaba volar, pero dedicó toda su vida a estudiar el paisaje como expresión de la presencia humana, y de su cultura. Hoy estaba leyendo un libro de Neil Campbell en el que usaba una de sus fotos para explicar una aplicación teórica basada en el modelo que los americanos llaman "the grid", la parcelación cartográfica del oeste americano (que tan bien se ve en el mapa del país y no tan bien en la foto de arriba, pero es lo mejor que he encontrado) y que no atiende a ningún razonamiento geográfico y, por lo tanto, para Campbell y otros expertos, es una manifestación física de la jerarquización y el poder ejercido sobre el espacio. No me gusta volar, creo, pero jamás podré olvidar cuando vi esto, aunque no fue esto lo que vi, porque ésta es una foto sacada de internet, pero sirve de evocación para recordar una imagen que en mi memoria permanece vívida como el fuego, y precisamente eso es lo que parece Chicago en esta foto, fuego, un traje de faralaes en llamas:
Pero todo esto me ha hecho recordar la última vez que volé en avión, que no fue hace mucho. Hace como un par de fines de semanas, me tocó regresar de un viaje a Cádiz del que ya he hablado en este blog desde el aeropuerto de San Pablo en Sevilla. Para cuando llegábamos al País Vasco, ya había oscurecido. Las montañas empezaban a aparecer como sombras inquietantes. El avión volaba ajeno a mi propia apreciación de la velocidad y la distancia, sin saber que me estaba jugando una mala pasada: llevaba varios minutos pensando que ya habíamos sobrevolado Vitoria y probablemente aquello fuera Burgos o vete tú a saber qué otra ciudad. Pero me quedé con un detalle, con dos: todos los paisajes son muy parecidos desde el cielo y por la noche. Y segundo: siempre que veía a lo lejos un foco de luz que alumbraba más que otros dentro del dibujo, las líneas, las extrañas armonías que se cruzaban, siempre que veía un foco de luz más brillante que otros, al acercarme, descubría siempre lo mismo: aquellos focos de luz eran campos de fútbol. Cada pocos metros, otro campo de fútbol, otra porción de tierra iluminada que desde lejos parecían los centros de perezosas vías lácteas. Campos de fútbol. ¿Será una metáfora aérea de nuestra cultura? ¿Qué pensaría J.B. Jackson?
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