Llevo levantado hace más de una hora. Todos los asiduos a este blog, lo sabéis, dentro de poco menos de dos horas, quince iluminados estaremos corriendo por ahí pensando que así nos divertimos. Y en el fondo, nos divertimos. Ya daré cuenta de las crónicas.
Pero esta mañana me he levantado extraño. No estoy nervioso por la carrera ni nada por el estilo. Me preocupa que todo salga bien y que no haya ningún problema, pero la posición, el tiempo, mis sensaciones, ésas me las traen al pairo. Hoy no es el día, otro día, ya veremos.
No he dormido bien.
Y ayer tampoco dormí bien.
Tengo la sensación de que la razón tiene una raíz más profunda de lo que yo creo.
Y me he acordado de Walter Bonatti.
Quizás algunos asiduos a este blog también sepáis que Bonatti murió hace unos días. Y Bonatti, uno de los mejores alpinistas de la historia de ese deporte, me dejó impresionado hace ya unos años cuando tuve la oportunidad de leerle en varios periódicos después de visitar España. Prometí leer sobre él, y aún no lo he hecho. Ahora ha fallecido, y siento como que, de alguna manera, le he traicionado.
Bonatti fue un alpinista que desmedía el vértigo y el riesgo, un romántico que concebía el alpinismo como una combinación irrechazable de esfuerzo atlético e influjo ecológico. Para él, tenía tanta importancia la conexión con la naturaleza como el reto deportivo. Rechazaba las nuevas técnicas modernas que parecían traicionar un espíritu original que él predicaba no solo de palabra. Bonatti cuenta algunas de sus ascensiones como hazañas. Bonatti también fue protagonista (o víctima) del recelo y las intrigas propias de la montaña, donde los extremos más humanos se enervan al máximo. El que vino a llamarse como el caso Bonatti, todo en relación a una ascensión al K2 donde se repitieron las mentiras y las traiciones, se resolvió muchos años más tarde con la absolución de Bonatti, que había arriesgado su vida en una noche fatídica en la que, como él mismo dijo, estaba escrito que debía haber muerto, pero no lo hizo.
Pero lo que más me sorprendió de Bonatti fue la espléndida serenidad de su memoria y de la perspectiva y el tono con el que rememoraba. Sus declaraciones eran lecciones que no aspiraban a serlo. Hablaba de la naturaleza como un espacio natural para la educación más humana pero siempre que tuvieras la actitud y la humildad necesarias como para aprender. Hablaba del miedo como un valor necesario para encarar la montaña. Hablaba de ésta como una fuente de conocimiento para la vida diaria. Hablaba siempre con la distancia que le da la cercanía pero la falta de arrogancia. Hablaba Bonatti como quien puede hablar cuando ha estado ahí arriba y ha sabido escuchar.
Esta mañana me he levantado raro, y no he podido evitar acordarme de Walter Bonatti.
Ahora, toca apagar el ordenador y volver a la vida real. Quizás, aunque no sea ni por asomo comparable, cuando ande corriendo por Bengolea, Bonatti regrese a mi cabeza para obligarme a observar, a descubrir qué estoy haciendo y por qué, a saber, como él decía, que los límites no los pone la montaña, sino, uno mismo.
Sigue escalando, Bonatti.
Pero esta mañana me he levantado extraño. No estoy nervioso por la carrera ni nada por el estilo. Me preocupa que todo salga bien y que no haya ningún problema, pero la posición, el tiempo, mis sensaciones, ésas me las traen al pairo. Hoy no es el día, otro día, ya veremos.
No he dormido bien.
Y ayer tampoco dormí bien.
Tengo la sensación de que la razón tiene una raíz más profunda de lo que yo creo.
Y me he acordado de Walter Bonatti.
Quizás algunos asiduos a este blog también sepáis que Bonatti murió hace unos días. Y Bonatti, uno de los mejores alpinistas de la historia de ese deporte, me dejó impresionado hace ya unos años cuando tuve la oportunidad de leerle en varios periódicos después de visitar España. Prometí leer sobre él, y aún no lo he hecho. Ahora ha fallecido, y siento como que, de alguna manera, le he traicionado.
Bonatti fue un alpinista que desmedía el vértigo y el riesgo, un romántico que concebía el alpinismo como una combinación irrechazable de esfuerzo atlético e influjo ecológico. Para él, tenía tanta importancia la conexión con la naturaleza como el reto deportivo. Rechazaba las nuevas técnicas modernas que parecían traicionar un espíritu original que él predicaba no solo de palabra. Bonatti cuenta algunas de sus ascensiones como hazañas. Bonatti también fue protagonista (o víctima) del recelo y las intrigas propias de la montaña, donde los extremos más humanos se enervan al máximo. El que vino a llamarse como el caso Bonatti, todo en relación a una ascensión al K2 donde se repitieron las mentiras y las traiciones, se resolvió muchos años más tarde con la absolución de Bonatti, que había arriesgado su vida en una noche fatídica en la que, como él mismo dijo, estaba escrito que debía haber muerto, pero no lo hizo.
Pero lo que más me sorprendió de Bonatti fue la espléndida serenidad de su memoria y de la perspectiva y el tono con el que rememoraba. Sus declaraciones eran lecciones que no aspiraban a serlo. Hablaba de la naturaleza como un espacio natural para la educación más humana pero siempre que tuvieras la actitud y la humildad necesarias como para aprender. Hablaba del miedo como un valor necesario para encarar la montaña. Hablaba de ésta como una fuente de conocimiento para la vida diaria. Hablaba siempre con la distancia que le da la cercanía pero la falta de arrogancia. Hablaba Bonatti como quien puede hablar cuando ha estado ahí arriba y ha sabido escuchar.
Esta mañana me he levantado raro, y no he podido evitar acordarme de Walter Bonatti.
Ahora, toca apagar el ordenador y volver a la vida real. Quizás, aunque no sea ni por asomo comparable, cuando ande corriendo por Bengolea, Bonatti regrese a mi cabeza para obligarme a observar, a descubrir qué estoy haciendo y por qué, a saber, como él decía, que los límites no los pone la montaña, sino, uno mismo.
Sigue escalando, Bonatti.
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