Las ganas que tengo de escribir esta entrada son nulas. Principalmente, porque solo me ayuda a tener más dudas. Aunque parezca ridículo ponerse a hablar de este tema y comenzarlo desde una dimensión digamos que doméstica, no puedo hacerlo de otra manera. Ponerme ahora a reflexionar sobre el reciente caso de Alberto Contador solo me da pereza y dolor de cabeza. Y ambas sensaciones se mueven entre lo personal y lo público. Lo personal porque me hace reflexionar sobre mi propia capacidad y el valor de este blog. Lo público porque me vuelve a llevar al mismo sitio, a mí mismo, y eso me cansa y me asquea tanto que no me apetece hablar de ello. Entonces, ¿por qué lo hago? Porque soy estúpido, porque soy débil y humano, porque tengo un blog, y escribir en un blog es precisamente dejar por escrito lo evidente, que somos débiles y humanos, bastante egocéntricos y un poco exhibicionistas. ¿Qué tengo que aportar al debate? ¿A quién le interesa mi opinión? ¿Añade algo nuevo? Lo dudo, lo único que hago es dudarlo. Entonces, eso me lleva a preguntarme para qué escribo este blog. ¿Por placer? Está claro que no voy a resolver ningún entuerto, no voy a cambiar la vida de nadie, ni tan siquiera voy a entretener a muchos con lo que escribo. ¿Para quién escribo? ¿Escribo para alguien? Siempre he tenido la sospecha de que escribimos para alguien, ¿para quién? ¿Para quién escribo este blog? ¿Para mí mismo? ¿No es eso inútil y un poco patético? ¿No es normal que me de pereza y dolor de cabeza?
Y aún y con todo eso, yo voy y escribo, y primero deslizo mis miserias, me pongo en evidencia, señalo los argumentos para que se me azote y se me vilipendie, que son dos verbos que he elegido a conciencia porque suenan exagerados y pretenciosos. Pero escribo. Voy y escribo mi entrada encabezada con el nombre de Alberto Contador. Porque tengo mi opinión, que no está formada ni tiene forma alguna, porque si me preguntas se me suben los hombros y se me encoge el cuello. ¿Qué opinión es ésa? Creo que la de la gran mayoría. La misma que hemos tenido siempre con muchos otros casos antes que el del corredor de Pinto, la misma que tendremos más tarde cuando salgan otros, ahora que Jan Ullrich resulta que también conocía al ínclito Eufemiano Fuentes. ¿Te sorprende? No. Vayamos con las máximas de bar de barra: ¿está todo podrido? ¿Todos se drogan? No, creo que no. Pero me da pudor decirlo, cada vez más reparo, cada vez más dudas y más sonrojo, pero no puedo evitarlo.
Personalmente considero que la resolución del TAS es cómica. En el fondo, es cómica, y lo digo yo que no entiendo nada de humor ni de leyes, pero si a alguien que no entiende nada de humor ni de leyes le dicen que a alguien le juzgan y le sancionan pero después afirman que no está claro que haya cometido el delito por el que le culpan, a mí me hace gracia. Me resulta cómico. Lo llevo al extremo, porque tengo imaginación, una imaginación tan sucia como la de Alberto Olmos en Trenes hacia Tokio y veo un juicio por asesinato a un robusto hombre de gesto confuso que recibe la sentencia con disgusto: culpable de asesinato aunque no está claro que le asesinaste. Luego lo pienso un poco mejor: igual sí tiene lógica. El positivo es irrefutable. Había clembuterol, por poco que fuera, aunque no esté muy claro por qué estaba allí, pero estar estaba. Y resulta que López Cerrón no tenía culpa ninguna, y tampoco los ganaderos guipuzcoanos (por cierto, en todo este asunto, ¿alguien se ha acordado del carnicero de Irún?), así que no queda claro cómo lo hiciste, pero dicen que lo hiciste. Vamos, que te condeno por asesinato, en mi literario sueño imaginario, porque está claro que hay un cadáver y que tú estabas allí con el cuchillo en la mano, aunque no queda claro cómo lo clavaste ni si lo clavaste a propio intento. Lo dicho, tengo mucha imaginación, y muy sucia, y pido perdón si alguien se siente incómodo, ¿para quién escribo?, pero ya de principio os digo que no pretendo equiparar un caso de presunto dopaje con un caso de presunto asesinato. Solo es que tengo una capacidad excesiva para fabricar metáforas inapropiadas. Por todo eso, hasta por las explicaciones que me doy a mí mismo, me parece cómico.
Pero hay más cosas que me han resultado cómicas más allá de la sentencia. Y precisamente la única que no me ha hecho gracia es la que se supone que me debería hacer: los guiñoles. Los guiñoles franceses no tienen ni puta gracia. Los chistes que hacen son fáciles, de mal gusto, ventajistas y vacíos. Igual es que el humor tiene que ser así, y yo, que creo que así es, no tengo nada de sentido del mismo. Lo repito: los guiñoles franceses no tienen ni puta gracia. Pero menos gracia aún tiene que lo que no es gracioso se tome por oneroso. A ver si me explico. Si tú me cuentas un chiste malo, incluso si es ofensivo, yo no me río, pienso que eres idiota, pero no me rebajo y me apodero de tu pifia para ridiculizarme a mí mismo y convertirme, esta vez sí, en un chiste que hasta tiene su gracia, aunque sea una gracia patética. Y esa es la sensación que me producen las reacciones de la prensa española a las bromas de los guiñoles. Eso es lo que me produce que periódicos de tirada nacional hayan convertido a un programa de humor francés en noticia, en una cuita de honor, en un proceso casi bélico que atenta a los sacrosantos valores de la identidad nacional y del orgullo patrio. Los chistes que corren por internet (ya sabes, ¿cómo se dice vencedor en francés?, ¡español!), las editoriales arrojadizas, los titulares en negrita con más mala tinta que buena… me han hecho partirme la caja lo mismo que esos guiñoles que, de lo que pretende asemejarse a los personajes reales con la flexibilidad de la goma espuma, me dan más miedo que el que me daba de pequeño la Bruja Avería.
Pero supongo que, en parte, ésa es la diferencia entre un blog y un periódico. Ellos sí tienen a quién escribir y para quienes escriben, tienen lo que, presuntamente, quieren oír. También existen los que han apuntado hacia la injusta defensa fervorosa que se ha hecho de Alberto Contador, cuando antes no se hizo con otros. En parte, esta comparación también me parece ventajista, pero no deja de tener razón. En la última semana, algunos han recordado que Alberto Contador ganó un Tour porque a otro se le expulsó y no por dar positivo, si no por no estar en el lugar adecuado en el momento adecuado y no dar razón de ello, porque, en el ciclismo, tienes que dar razón de tu paradero, hasta el punto de sentirte como cuando, en Perseguido (The Running Man), los prisioneros de aquella cárcel llevaban collares explosivos (vuelvo a ser exagerado porque las licencias poéticas siguen siendo un recurso como cualquier otro). Alberto Contador, es cierto y solo hay que remontarse a la hemeroteca, poco dijo. Poco se dijo de corredores que se tuvieron que retirar sin dar positivo y sin ser juzgados (muchos, de nuevo, han evocado esta semana el tweet de David Etxebarria), del crecepelo de José Antonio Pecharromán, de Aketza Peña, al que quince meses después de acusarle de dopaje y acabar con su carrera deportiva, se le absolvió porque no había sido más que un fallo de laboratorio, de Patxi Vila que asumió su error de tomar unos aminoácidos contaminados con testosterona… Y solo hablo del mismo deporte que practica Alberto Contador y al que no pretendo demonizar porque solo estoy condenando la postura partidista y exagerada que de su asunto, abierto a interpretaciones desgraciadamente, ha adoptado parte de una prensa española que, a mi parecer, se está poniendo en evidencia. Yo no tengo que decirles cómo tienen que hacer su trabajo, porque si no tengo ni idea de humor ni de leyes, probablemente tenga incluso menos de periodismo, pero como aficionado y como lector crítico, es mi opinión que falta criterio, objetividad y perspectiva. Pero, y te lo digo con todo el respeto, me la trae floja. A estas alturas, hace mucho tiempo que hemos entendido que hay una parte muy visible e influyente del periodismo español que se mueve por razones corporativistas y económicas. No digo que sea una guerra perdida, pero la solución no viene por contestarles o reprenderles, si no por competirlos, buscar el criterio personal, el juicio razonado y la lectura comprensiva. Buscar otras fuentes, también.
Mientras tanto, yo no me he quitado una espina ni me siento mejor, de hecho, me da la sensación de que he perdido el tiempo y me he puesto en evidencia. Por una vez en la vida de este blog, voy a dar, de manera directa y sin ambages, mi opinión sobre un tema que no me incumbe: desgraciadamente o no, condenar a Alberto Contador era inevitable. Dar ha dado positivo y los jueces no han considerado razonables o verificables sus razonamientos. Se puede criticar la redacción de la sentencia, la gestión de la misma, incluso la sanción impuesta, pero lo que no se puede criticar es que había que sancionar a Alberto Contador porque, con anterioridad, se ha condenado con la misma severidad y sin paños calientes a otros ciclistas cuyos casos también podían ser objeto de interpretación. No se puede hacer distinciones. En todo caso, lo que se puede hacer es juzgar la legislación vigente como incapaz o inexacta, pero ése es un trabajo extenuante y farragoso que no veo interés en acometer. Los recientes casos de la Operación Galgo y la Operación Puerto han puesto en solfa la capacidad legislativa y disciplinaria del deporte español. Aún así, dudo de que España sea un paraíso delictivo para los deportistas, igual que desconfío de que todos los jugadores de la NBA estén de esteroides hasta arriba o que no haya atleta asiático que no tome algo más que sopa de tortuga. Todo esto me parecen afirmaciones vagas y provocativas que no buscan más allá del morbo o la justificación sin fundamento. Pero yo solo soy un bloguero al que le gusta el ciclismo y que, a pesar de superar ya la treintena, sigue siendo bastante inocente y poco determinado en esto de dar opiniones y defenderlas.
Yo solo prometo que, en este blog, lo lea quién lo lea, y escriba para quién escriba, seguiremos hablando de ciclismo. Hablaremos de si Andrew Fenn se convertirán en algo más que una sorpresa, si Alejandro Valverde recuperará el nivel que tenía antes de cumplir con su sanción, de si el renacer de Tom Boonen en Qatar se confirma, de si el Giro se decidirá en los Dolomitas, el Tour en los Pirineos y la Vuelta a España en alguna de sus diez llegadas en alto. Y también, por supuesto, hablaremos de si Alberto Contador es precisamente el que decide la Vuelta a España en alguna de esas diez cimas. Porque ya lo dije una vez en este blog, aunque no recuerdo muy bien cómo: a pesar de los pesares, de los daños frontales y laterales, colaterales, infligidos y autoinfligidos, tengo la sospecha, y ya te he dicho que a mis treinta y pico soy muy inocente, pero tengo la sospecha de que el ciclismo seguirá adelante. Mientras haya una cuesta, habrá alguien que quiera subirla en bicicleta. Aunque solo lo haga para superarse a sí mismo, igual que yo seguiré escribiendo este blog para ahuyentar a unos fantasmas que, quiera o no quiera, me acompañarán por los giros de los giros, amén.
Posdata:
Tengo a este conocido que el otro día me contaba una anécdota de fútbol. La de un tío que era seguidor de un equipo, llamemos A, mientras que mi conocido es seguidor de otro equipo, digamos que B. Se ve que B tiene siempre por costumbre ganarle a A. Y mi conocido un humor un poco ácido que, derrota tras derrota, hería y hería cada día más al seguidor del equipo A. Más aún cuando en una de esas ocasiones en las que A y B se enfrentaban, con recochineo y varonil virilidad, mi conocido le espetó a su amigo que A no le iba a ganar a B en la vida, aún a sabiendas de que eso, por mucho que pareciera lógico, lo sanciona siempre la historia y lo penaliza la memoria. El caso es que muchos años más tarde, cuando estos dos amigos habían seguido tratándose por inercia y con naturalidad, se encontraron unos días después de que A, por fin, ganara a B. Mi conocido sospecha que el encuentro no fue por casualidad, pero eso no es importante. El caso es que el seguidor de A, con una sonrisa de oreja a oreja, se puso delante de B y con toda la energía torpe y ponzoñosa que da la edad y la acumulación de bilis, le gritó: ¡¿te acuerdas de cuando hace nueve años me dijiste que...! ¡Nueve años! Desde entonces, le había dado tiempo hasta para olvidarse de su propio cumpleaños. ¿A dónde voy? A que si en el futuro, Alberto Contador demuestra su inocencia y tienen a bien corroborarlo por vía jurídica, eso no cambiaría mi opinión, solo le pondría a la misma altura que Aketza Peña, José Antonio Pecharromán y otros muchos más que por alzar menos los brazos, no se merecieron menos cobertura. Todos merecen la misma justicia, también el que probablemente haya sido el mejor corredor español de los últimos tiempos.