lunes, 16 de julio de 2012

Jean François Pecheux



Está cabreado el director del Tour y no es para menos. El espectáculo de ayer fue bochornoso y doloroso, que riman, además. Más de treinta pinchazos, según algunas fuentes, que dieron con Robert Kiserlovski en el suelo. El croata tuvo que retirarse tras fracturarse la clavícula debido a una caída que provocaron las tachuelas o clavos que algún iluminado tuvo la gracia de sembrar en el recorrido de la decimocuarta etapa. La foto demuestra como la rueda de Kiserlovski pinchó con uno de esos clavos. Hasta la meta, el ascenso al Mur de Péguère fue espectacular. Una carretera estrecha, un bosque cerrado y mucho público en las cunetas. Sandy Casar daba lecciones de veteranía, Gorka Izagirre de pundonor y Peter Sagan de talento. Unos minutos después, Cadel Evans amenazaba con la heróica sin mucho convencimiento. Todo apuntaba a un descenso vertiginoso lleno de emociones, pero se convirtió en un espectáculo tragicómico. Cadel Evans llegaba pinchado arriba, se cabreaba y aplaudía a un Tejay Van Garderen que luego aceptaría la bronca, llegaba Stephen Cummings que venía también pinchado, Amael Moinard se dejaba el alma en el descenso, Evans volvía a pinchar, el auxiliar se caía por la resbaladiza cuneta, Pierre Rolland perdía capacidad auditiva, Haimar Zubeldia mostraba galones, Bradley Wiggins jerarquía y dicen que Pecheux se volvía loco en su coche informando a los corredores de lo que había pasado. Mientras tanto, Luis León Sánchez daba una lección de veteranía para apuntarse un nuevo triunfo parcial en la línea de meta. Surrealista aunque más realista no puede ser la situación: real como la vida misma, un vándalo que se aburre y encuentra diversión en el peligro que, casualmente, solo le afecta a otros.
Dicen que Pecheux lo ha dejado en manos de la gendarmería. Me cuesta creer que no haya testigos, que nadie pudiera hacer nada por evitarlo, que esto haya ocurrido sin concierto y premeditación. Había que ver las ruedas de las motos, con clavos relucientes como los que antes se usaban para colgar cuadros hasta que alguien inventó el velcro doble. Aquel que tuviera la flamante idea estará contento, su plan salió a la perfección. Una perfección inquietante. Gracias a él, Kiserlovski pasó la noche en un hospital, a Cadel Evans le dio un sofoco, Amael Moinard casi se deja un pulmón y Rolland tuvo sus más y sus menos con el pelotón. Otra rima. Y pudo haber sido peor, seguro.
Aunque no sea por buscarle el lado positivo, que no lo tiene, la situación dio para desempolvar antiguos debates sobre los acuerdos para detener el pelotón cuando un favorito sufre un accidente o sobre las estrategias de equipo. Yo tengo una opinión formada sobre la conveniencia de parar en estos casos, aunque este caso es muy concreto y si Pecheux les informó de que se había tratado de un sabotaje y no de una situación natural de la carrera la decisión de parar parece más convincente. Sin embargo, en otras situaciones, quiero decir, si el pinchazo no hubiera sido fruto de la actuación dañina de un (o varios) impresentable, no soy muy favorable a estos ataques de magnanimidad que solo sirven para crear precedentes y comparaciones retroactivas. ¿Por qué ahora sí y antes no? ¿Por qué con éste sí y con el otro no? Y hacerlo en todas las situaciones es imposible. Quizás en ésta, un caso muy concreto, la decisión fue acertada y tendremos que creer a Pierre Rolland cuando dice que no se enteró de nada, aunque no dejaba de estar en su derecho a lanzar su bicicleta a la velocidad que le diera la gana.
Sobre el iluminado, para despedirnos, ojalá le cacen y le pongan el catre de un fakir para que disfrute de las púas que parece que le gustan tanto.

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