jueves, 14 de julio de 2016

Eros Poli



Dicen que en el Rose Bowl de Pasadena se reunieron más de 90.000 personas. Imagínate todas las que trasnocharon en Europa para ver, cambio horario de por medio, la final del Campeonato del Mundo de 1994. Más aún cuando nadie había conseguido marcar en los minutos de juego, prórroga incluída, y se llegaba a la tanda de penaltys. Arrigo Sacchi había elegido a Franco Baresi para empezarla, y el capitán del Milán, defraudó, falló. No sería el único de su selección. A Daniele Massaro se lo detuvieron y, finalmente, la gran estrella de aquel equipo, Roberto Baggio, fallaría para desconsuelo italiano y alegría de los Mauro Silva, Bebeto, Mazinho, Romario, Branco, Dunga... Entre los muchos italianos que aguantaron hasta la madrugada para retirarse disgustados a la cama, hubo uno que debió mirar el reloj y lamentarse por partida doble. 

Eros Poli tenía que tragarse casi 200 kilómetros en bicicleta al día siguiente y, además, debía hacerlo tras subir el legendario Mont Ventoux. Así que, cuando Baggio falló, debió apagar la televisión, mirar el reloj, y maldecir su pasión futbolera sabiendo lo que le esperaba al día siguiente. En el balcón, su compañero de habitación dormía al raso intentando evitar el calor.

Su equipo, el Mercatone Uno, no llevaba un buen Tour de Francia cuando ya solo quedaba la última semana y Miguel Indurain parecía tener completamente atado su cuarto triunfo final. Franco Chioccioli andaba muy retrasado en la general y Silvio Martinello, esprinter del equipo para la ocasión tras la baja de Mario Cipollini, no parecía estar muy inspirado (acabaría segundo en la clasificación por puntos, pero no batió en ninguna ocasión al demoledor Djamolidine Abdoujaparov). Apenas quedaban cinco corredores en el equipo y todo consistía en llegar a París con decencia y sin sobresaltos. Por eso sorprendió aún más cuando Poli, aprovechando un primer ataque de su compatriota del GB-MG Davide Cassani, buscara la aventura desde lejos. Más de 170 kilómetros por delante, el Mont Ventoux mediante, y desde la cima, cuarenta kilómetros de sufrimiento hasta Carpentras, línea de meta. Ni el propio Poli debía saber muy bien a dónde iba.
A sus 31 años, Poli se había ganado fama de hombre de equipo y peón de esprinters para preparar los metros finales. No debutó en el ciclismo profesional hasta bien tarde (27 años), algo que no era tan raro por entonces ya que, entre otros, uno de los mejores corredores de aquella época, Tony Rominger, había pasado por la misma experiencia. Era un consumado rodador, medallista olímpico en pista, que tenía difícil destacar en otra cosa que no fuera el llano cuando medía más de 190 centímetros y su peso se acercaba peligrósamente a la centena. Pero ahí iba, en solitario, decidido a dejar que pasaran los kilómetros. 

Según confesaría después había sacado sus cuentas: si llegaba al pie del puerto con 25 minutos, tendría sus oportunidades. Y llegó, pero después se dio de morros con la realidad de las rampas y el paisaje de un puerto que, para muchos, trasciende lo proporcionado. Más aún cuando el jovencísimo Marco Pantani, debutante en el Tour con el Carrera Jeans de Claudio Chiappucci y Vladimir Poulnikov, atacaba con las primeras rampas y empezaba a zamparle minutos de desventaja. Pantani ascendía ligero, con solvencia. Poli se retorcía, corría en horizontal, clavaba sus caderas en cada pedalada, como si estuviera corriendo sobre arenas movedizas. Como confesaría años después en una entrevista, fue la primera vez en su carrera profesional que el ordenador le marcaba velocidades por debajo de la decena. Parecía ir a cámara lenta, pero precisamente lo suyo eran los ritmos lentos. Encontró uno, lo apadrinó y con él llegó a la cima en solitario y con algo más de cuatro minutos de ventaja. El descenso, lo abrazó como si fuera un oasis en medio del desierto y a él le quedaran cuarenta kilómetros de larga travesía. 

Sí, hubo final feliz. Poli llegó a meta entre saludos solemnes, tirando su gorra al público, con un aspecto de satisfacción que no olvidaría jamás. Apenas añadiría otra victoria a su palmarés, cuando ya corría en Francia para el Crédit Agricole y se acercaba a su retirada. Fue en la carrera nocturna de Dun Le Palestel. Pero, en cualquier caso, ya había ganado su gloria eterna: una sola victoria pero con la carga emocional y el valor épico que haría que todo buen aficionado al ciclismo la recuerde con cariño. Él fue el gregario afanoso, con un cuerpo de escolta de baloncesto, que salió a probar suerte y triunfó en las rampas del Mont Ventoux cuando nadie lo esperaba. 

Al día siguiente, en Alpe d'Huez, Roberto Conti conseguiría otra victoria inolvidable para el ciclismo italiano. La cuarta de aquella edición tras las que habían conseguido Nicola Minali y Gianluca Bortolami. La quinta si consideramos la contrarreloj por equipos que ganó el GB-MG Technogym donde corrían Davide Cassani, Alberto Elli, Franco Vona y Flavio Vanzella. Este último, además, se vistió de líder. Italia, además, vibraría con un Marco Pantani que ganaba la clasificación de los jóvenes y acababa tercero en su primer Tour. Puede que nada de esto fuera suficiente para aplacar la derrota en el Mundial de Estados Unidos 1994, pero, al menos, pudo ayudar. Poli, seguro, una vez en Carpentras, olvidó por completo que había trasnochado y Roberto Baggio no fue capaz de superar a Claudio Taffarel. 

Yo no he recordado todo esto hoy porque tenga una memoria maravillosa. Entonces, yo tenía 18 años, ya pasaba del fútbol de selecciones y el Tour de Francia, por entonces, era solo Miguel Indurain. Por supuesto, alguien lo ha mencionado en una web de ciclismo (en concreto, Max Bulla, para biciclismo.com) y yo he tirado un poco de recuerdos, otro poco de hemeroteca, algo de youtube.com y mucho de imaginación. De Poli me acordaba. Su nombre es de los que se recuerda. De esos que se te quedan grabados como si fueran memorias maravillosas de tu propia vida: Germano Pierdomenico, Frankie Andreu, Beat Zberg, Uwe Raab, Bo Hamburger, Ronan Pensec, Jesper Skibby, Jaan Kirsipuu, Rosario Fina... Todos sonaban a promesas de aventuras, lugares exóticos, descubrimiento. 

Apenas estoy siguiendo el Tour, lo confieso. Por eso no he escrito una sola entrada aún. Vi ganar a Tom Dumoulin bajo la lluvia y poco más. Sigo el día a día en diferido, por supuesto: sé que Froome hoy se ha echado una carrera, vi desinflarse el globo, leí las buenas palabras de Mark Cavendish, me alegré un montón por Greg Van Avermaet, otro futbolero, y me declaro fan confeso de Peter Sagan. Pero no estoy siguiendo esta edición como lo he hecho en otras ocasiones y no hay ninguna razón que no me tenga a mí, y solo a mí, por protagonista. 

Esta mañana alguien me recordó a Eros Poli y quise aprovechar la oportunidad. Gracias Max Bulla, gracias Eros Poli, gracias Mont Ventoux. 




Posdata: La foto la he encontrado en el buscador de imágenes de google y proviene, al parecer, de la web de Radio Televisión Española. El vídeo del youtube, sobre todo, ofrece imágenes de las últimas rampas de Mont Ventoux y el kilómetro final.

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