domingo, 15 de agosto de 2010

Ezequiel Mosquera


Las 10 y 30 de la mañana de un domingo tímidamente soleado. Ayer la ciudad estaba muerta. Agosto deja las calles como la plaza de Ochate. Vacío. Me aburro. Me ha tocado madrugar. Últimamente solo hablo de baloncesto y ciclismo, ¿verdad? Es verano, y las bicicletas, ya lo decía Fernando Fernán Gómez, son para el verano. Así que ahí va una batería de reflexiones resacosas mientras miro por la ventana como se me seca el geranio: me alegro por Haimar Zubeldia. A los 33 años vuelve a ganar. Le echo de menos con el maillot naranja, sufriendo como el que más para quedar entre los diez primeros, los triunfos sin brillo, los que más me gustan. También me pregunto: ¿Cuántas vueltas a Portugal será capaz de ganar David Blanco? ¿Se nacionalizará colombiano Óscar Sevilla? También me alegro porque el señor César Alierta haya decidido invertir en ciclismo, es una noticia muy positiva. Y también es un misterio: ¿cómo lo consigue Matxin? Otra gran noticia: las zapatillas que respiran participan en el pelotón. Es bueno. También tengo polémica: veamos, hablemos de que la Vuelta regresa al País Vasco. Ajeno a la política: la noticia es cojonuda. Cojonuda para los aficionados, una grande pasa por casa. Cojonuda para la Vuelta, etapas trampa, etapas decisivas, etapas añejas, con olor a hazaña. Pero también pienso: ¿es por el ciclismo? ¿Y la Subida a Urkiola y la Bicicleta Vasca? ¿Solo merece la pena lo grande? Yo echo de menos esas carreras, tanto como a Zubeldia. Si es por el ciclismo, ¿quién les ayudará a ellos? ¿Caerán otras? Ni todas los caminos llevan a París, ni todas las carreras pueden terminar en Madrid. Otra reflexión, Jan, ¿por qué te desgastas? Una dolorosa: estés donde estés, descansa en paz, Víctor Jiménez. Me acuerdo de Ricardo Otxoa. No entiendo a Beñat Intxausti, pero lo respeto. Tampoco entiendo lo de Amurrio, pero no lo entiendo. ¿Decidirá la Bola del Mundo? Dice José Carlos Jaenes que el propio Armstrong le comentó que el maratón es más duro que el ciclismo. Y la última que ya son las once y, el sol, definitivamente, se ha tumbado en el alféizar:
Los peregrinos llegan ya muy tocados a Melide, pero les queda poco. Arzua está cerca y desde Arzua, les queda menos aún. La plaza del Obradoiro y el Santo están a la vuelta de la esquina. En el albergue apenas se oyen voces. Conversan en voz baja, a veces hasta cierran los ojos. Estiran las piernas, se acarician los pies, tienen la piel bruñida por el sol y la lluvia. Solo hay un momento en el que se les ilumina la cara. Buscan las pulperías, se sientan en los bancos corridos, y esperan a que la pulpeira se acerque con el delantal sucio y un plato de madera redondo y colmado hasta arriba. Mastican sin prisa y brindan olvidando que les duelen los kilómetros. Pues bien, mi favorita es A Garnacha, en la esquina, recibidos con el pulpo hirviendo a la entrada. Pero la fama, con los periódicos, se lo ha llevado otra que está un poco más arriba, la pulpería Ezequiel. Un poco más abajo, en la acera de enfrente, hay otra pulpería que, según cuenta la gente, está reñida con la pulpería vecina. Se llama pulpería Mosquera. Ezequiel y Mosquera. Ezequiel Mosquera. Menos mal que él es de Pontevedra.

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