domingo, 7 de febrero de 2010

Franco Ballerini


El italiano que se enamoró de Roubaix falleció ayer en un accidente automovilístico mientras tomaba parte en un rally como copiloto. En 1993, el gran Gilbert Duclos-Lassalle le arrebató la victoria en la misma línea de meta del velodromo. Pero Ballerini tenía la misma casta que otros compatriotas como Bettini o Tafi y siguió entrenando en silencio para resarcirse por sorpresa. Al año siguiente, ni él ni Gilbert pudieron volver a disputarse la victoria final. En una edición épica, con el terreno enfangado, bajo la lluvia, cuando ambos empezaban a dominar la carrera en un grupo poderoso junto con Baldato y Musseuw, pincharon. Primero Ballerini, luego Duclos-Lassalle. Pero estaban solos. La carretera era un río de lodo y a duras penas conseguían aguantar en pie mientras esperaban una ayuda que no llegaba nunca. Ganó Tchmile, pero Ballerini no se rindió. Al año siguiente venció, y tres después, repitió. No consiguió muchas más victorias, pero todas fueron pruebas clásicas y reputadas como la París-Bruselas, la Het Volk, el Ciudad de Camaiore, los Tres Valles Varesinos, el Giro de Romagna o el del Piamonte. Pero estos corredores no necesitan ganar, sus hazañas se escriben en las huellas que las ruedas han ido dejando por lugares tan silenciosos como el bosque de Arenberg, el muro de Huy, el adoquinado de Koppenberg, la cima de La Redoute, la subida a Madonna de Ghisallo o el cerro del Poggio. Sus demarrajes, el barro, el sonido del helicoptero, la silueta de los árboles, el bronce de las heridas, el traqueteo del adoquín, la sequedad en la boca, los brazos en alto o caídos al sobrepasar la meta. Ballerini era uno de ellos. A los 45 años, un bandazo de un Clio le ha dado un nombre para la historia demasiado pronto.
Franco Ballerini y Gilbert Duclos-Lassale pinchando en la París-Roubaix de 1994, emocionante la narración del locutor incluso sin entenderle:

Y un video homenaje donde se le ve entrando triunfal en el velodromo:

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